Cuando damos el paso de comprar una vivienda nos solemos hacer la misma pregunta, ¿es preferible adquirir una casa antigua o una propiedad a estrenar? La respuesta a esta cuestión es bastante ambigua puesto que depende de las necesidades del cliente elegir una opción u otra ya que ambas pueden llegar a presentar inconvenientes.

 

Los pisos nuevos suelen estar ubicados a las afueras de las ciudades, por lo tanto; el comprador descarta desde el minuto cero el encanto de vivir en el corazón de la urbe. A esta determinación hay que añadirle que las viviendas a estrenar suelen estar un poquito peor comunicadas porque actualmente se construyen en el extrarradio. Una opción que no es tan mala porque a su alrededor el comprador puede disfrutar de espacios verdes. Este punto ecologista tiene también un lado negativo relacionado con los transportes públicos. En ocasiones, los servicios de desplazamiento municipales o privados (dependiendo del caso) no han creado una ruta para llegar al área residencial sin necesidad de utilizar el vehículo propio. Sin embargo, la contrapartida de adquirir una casa nueva en una zona residencial le dará al comprador mucha tranquilidad y la posibilidad de respirar aire limpio.

 

Si a todas estas ventajas naturales y desventajas urbanísticas y comunicativas le sumamos la característica de que cada uno de los metros del apartamento están pensados para que el cliente los estrene, ¡la cosa se pone interesante! ¿Quién no adora sentir el olor a nuevo de un libro recién comprado? Pues en el caso de los hogares, pasa exactamente lo mismo. A la mayoría de las personas les gusta inaugurar su casa con un relajante baño o una comida con familiares y amigos en la cual el aroma es fresco.

 

Esto no quiere decir que las personas que opten por una vivienda de segunda mano dejen a un lado estos románticos hábitos. Todo lo contrario. Aunque para cumplir con el sueño de tumbarse en su sofá a ver la televisión; probablemente tengan que esperan un tiempo. La razón de romper con las ilusiones de ese comprador enamorado de un acogedor apartamento situado en un edificio con solera en el casco antiguo de la ciudad no es otra que las temidas obras. Normalmente, las personas que compran una propiedad de segunda mano deben hacer reformas en la vivienda.

 

Teniendo en cuenta el supuesto de reparar la casa que acabas de adquirir, el comprador debe pensar de qué manera hará los trabajos, cuánto le costarán y si merece la pena hacer esa inversión. Por ejemplo, ¿quieres tirar el apartamento abajo por gusto -cuestiones estéticas- o, realmente, porque el estado en el que se encuentra el mismo no deja alternativa? Ahí está la clave. Antes de lanzarnos de cabeza a una reforma; no está de más pensar de qué época es la construcción en la cual acabamos de comprar nuestra vivienda. El año de la edificación le dará una valiosa información al comprador. Si tu edificio se levantó en los años 70 y 80, el comprador puede estar tranquilo porque las calidades son óptimas. Por el contrario, si la construcción data del siglo XIX, los felices años 20 o los años 60, probablemente su reforma no tenga nada que ver con la estética sino con el sistema interno de la vivienda: conductos de agua, electricidad, calefacción… Una circunstancia que encarece el presupuesto de la reforma y, por consecuencia, el precio de la vivienda puesto que a la suma que aparece en el contrato de compra-venta hay que añadirle la de las obras.

Dicho esto, nunca está de más consultar empresas como Safinco que están especializadas en gestionar, valorar y estimar el patrimonio de terceros. Esta compañía tiene como propósito guiar a los clientes en el proceso de compra tomando como referencia las características de la vivienda que está a la venta y las necesidades y preferencias que pone sobre la mesa la persona que está dispuesta a adquirirla.

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